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Joan Laporta, el mejor embajador de Uzbekistán, Azerbaiyán y Mongolia
Era el momento. Ante tanto 0-4, 0-4, frente al mismísimo Real Madrid, de chicos y chicas, ante semejantes exhibiciones, tras el tremendo contrato firmado con Nike, de cuyo contenido (como del de Spotify) jamás sabremos nada, argumentando las curiosas cláusulas de confidencialidad (¿quién le ha concedido a Joan Laporta ese secretismo, esa cláusula para hacer y firmar lo que quiera? ¿Los…
Era el momento. Ante tanto 0-4, 0-4, frente al mismísimo Real Madrid, de chicos y chicas, ante semejantes exhibiciones, tras el tremendo contrato firmado con Nike, de cuyo contenido (como del de Spotify) jamás sabremos nada, argumentando las curiosas cláusulas de confidencialidad (¿quién le ha concedido a Joan Laporta ese secretismo, esa cláusula para hacer y firmar lo que quiera? ¿Los socios? ¿La asamblea? ¿Quién le ha permitido semejante impunidad?), el presidente del Barça se ha subido a varios aviones, alguno de ellos hasta privado, de un tal Adnan Ahmadzada, para viajar a Azerbaiyán, en compañía su cuñadísimo y de Xavier Puig, responsable del fútbol femenino, que se perdió el clásico de Madrid, claro. Antes, el presidente se había pasado por Mongolia.
La pregunta del millón
Bonitos nombres, exóticos países, curiosos mercados. Mejores y mayores negocios ¿no? Es evidente que la especial y criticada (por algunos) gobernanza que Laporta mantiene en el Barça y que a él, sus familiares, excuñado, amigos y recomendados les parece modélica tiene, por descontado, un punto de complicidad y mezcla de negocio e intereses evidentes, hasta el punto de repetir la pregunta que un día lanzó José María García al aire de la radio y, no hace muchos meses, repescó, con enorme habilidad y contundencia, Jordi Termes: “¿De qué vive Laporta?”
Esos viajes a Azerbaiyán y Mongolia, teñidos de azulgrana –de qué sino le iban a recibir como si fuese un primer ministro–, me recuerdan aquel juicio que jamás olvidaré de octubre de 2011, en el juzgado de primera instancia de Barcelona, donde el agente de origen turco Bayran Tutumbu, le reclamaba a Laporta una comisión del 10% de los 10,15 millones de euros que había cobrado por asesorar al magnate uzbeko (Uzbekistán, otro país curioso) Miradil Djalalov, fruto, decía Tutumbu, de una comida que él pagó, de 1.200 euros, cómo no, en Via Veneto, donde les presentó.
Los impresionantes 0-4 y 0-4 del Barça al Real Madrid, de chicos y chicas, más el enigmático y cuantioso contrato con Nike, del que jamás conoceremos cláusulas algunas, ha dado alas a Joan Laporta para reemprender sus jugosos viajes
De aquel negocio de Laporta&Arbós Advocats Associats se llevaron un buen pellizco Leo Messi, Carles Puyol, Andrés Iniesta y Cesc Fábregas, que participaron en un clinic en aquel país tan curioso (y rico, al parecer) donde, tal vez, le contaron a su audiencia cómo debían jugar a fútbol para ganar partidos y ser millonarios como ellos.
Los viajes, los negocios, las oportunidades de generar ingresos para el micromundo familiar y amistoso que dirige el Barça actual, con el visto bueno de los socios, los dueños del club, que admiten (sin rechistar) que el economista de cabecera (y amigo íntimo y esposo de una empleada del club), Xavier Sala i Martín, les meta un gol por la escuadra en la asamblea de compromisarios o, incluso, un proveedor del ‘mès que un club’ les ingrese decenas de miles de euros en su cuenta personal para hacer frente a los intereses que genera el aval para ser directivos, están a la orden del día, unas veces disfrazados de viajes privados y otras de desplazamiento institucional. Pero siempre, siempre, tienen gato encerrado, aunque no nos enteremos nunca.
Es evidente, cristalino, transparente que todo aquel que quiere o pretende ser candidato a la presidencia del Barça, es decir, todo aquel que aspira algún día a enfrentarse en las urnas al todopoderoso y queridísimo presidente azulgrana, se pasa el día buscando papeles, facturas, documentos que puedan comprometer a Laporta. Es la baza preferida.