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Ucranianos en Catalunya, tres años después del inicio de la guerra: “Necesitamos que todo esto se acabe y que haya justicia”
El 24 de febrero de 2022, Sasha Molotkova se despertó de madrugada al escuchar un mensaje de su madre por WhatsApp. Eran las cuatro de la mañana en Barcelona y las cinco en Kiev. “Fue el primer ataque”, recuerda con amargura en una conversación con EL PERIÓDICO. “Ese mensaje me cambió la vida por completo, marcó un antes y un después….
El 24 de febrero de 2022, Sasha Molotkova se despertó de madrugada al escuchar un mensaje de su madre por WhatsApp. Eran las cuatro de la mañana en Barcelona y las cinco en Kiev. “Fue el primer ataque”, recuerda con amargura en una conversación con EL PERIÓDICO. “Ese mensaje me cambió la vida por completo, marcó un antes y un después. No podía creerlo”, añade.
Molotkova, periodista y profesora universitaria, lleva una década en Barcelona, pero su vida personal y su profesión la mantienen anclada a la realidad que se desató en su país hace ya tres años. Desde entonces, la guerra la acompaña cada día, no solo a través de los titulares, los discursos políticos o el análisis profundo del conflicto, también cuando las alarmas antiaéreas interrumpen las conversaciones con su familia, todavía en Kiev.
En las primeras semanas, Molotkova no lograba comprender por qué sus seres queridos decidieron quedarse en Kiev, entonces considerado el principal objetivo de los ataques rusos. “Durante el primer año, pasé cada día intentando convencerles de que se marcharan, pero entendí que ellos son más fuertes que yo. La sensación de peligro constante los ha hecho más fuertes”, asegura.

Sasha Molotkova, periodista ucrania, en la Oficina del Parlamento Europeo en Barcelona / María Mondéjar Segovia
Vivir la guerra desde la distancia
En busca de fuerza para afrontar los miles de kilómetros que la separaban de sus seres queridos, Molotkova decidió ofrecerse como traductora voluntaria en la Cruz Roja y ayudar a los refugiados que llegaban desde su país.
Lo mismo hizo, Marianna Sorochuk, vicepresidenta de la Asociación Ucraniana “Djerelo“, quien disfrutaba de unas vacaciones en Barcelona cuando las tropas del Kremlin invadieron su país, ya que estaba convencida de que la guerra jamás sucedería. “Tenía previsto volver a casa, pero me impliqué en el voluntariado para ayudar a los ucranianos que empezaban a buscar refugio en Catalunya. Esta se convirtió en mi forma de combatir el shock y ayudar a mi país desde la distancia”, relata Sorochuk a este diario.
Karina Feka, traductora de profesión que llegó a la ciudad para estudiar un máster en la Universitat de Barcelona, también decidió cambiar el rumbo de su vida y dedicarse al activismo cuando empezó el conflicto. “Empezamos a organizar protestas, dar entrevistas, cosas que no había hecho nunca antes en mi vida”, explica Feka, quien se manifestó por primera vez delante de la embajada Rusa en Buenos Aires, desde donde recibió las primeras noticias de la guerra. “Es muy importante que la gente de Ucrania sepa que no está sola y que los ucranianos que estamos fuera intentamos hacer que se nos oiga y se nos vea”, asegura.

Marianna Sorochuk, vicepresidenta de la Asociación Ucraniana “Djerelo”. Imagen cedida. / Olga Degtyarenko
Volver a una Ucrania en guerra
La impotencia y la culpa de vivir el conflicto desde lejos son emociones compartidas entre los que forman parte de la comunidad ucraniana en Barcelona. Sin embargo, desde el inicio de la guerra, muchos de ellos han vuelto en alguna ocasión a su país para reunirse con sus familiares. “Quería entender cómo vive mi familia cada día, quería sentirlo. Fue una experiencia extraterrestre, las sirenas te hacen vomitar, el sonido es horrible, te machaca el cerebro“, explica Molotkova, quien viajó a Ucrania en octubre de 2023.
Feka también regresó a Kiev en 2023 y estuvo seis meses viviendo en la capital con su madre, quien es trabajadora social y atiende a familias que han huido de las zonas ocupadas. “Es tanto dolor y tanta tragedia, que es imposible de describir”, comenta con los ojos llenos de lágrimas.
En enero de 2024, Sorochuk volvió para ver a amigos y familiares en medio de una escalada de ataques rusos a la capital. “Es una experiencia que quedará grabada para siempre en mi memoria. Pero me dio más determinación para luchar por la justicia y asegurarme de que nuestro país nunca más viva algo así”, asegura.

Karina Feka, activista ucraniana, en la Oficina del Parlamento Europeo en Barcelona / María Mondéjar Segovia
La esperanza de una paz duradera
“Hoy es difícil, mañana será aún más difícil, pero pasado mañana todo irá bien”, confía Sorochuk, evocando las palabras de su madre. No obstante, recalca que la paz para Ucrania solo será posible cuando se restablezca plenamente su integridad territorial y soberanía nacional. Feka opina lo mismo, aunque en ocasiones el cansancio y el estrés extremo de estos años pasen factura. “Necesitamos que todo esto acabe. Pero claro, la paz que llegue tiene que ser justa y duradera“, asegura.
En las últimas semanas, las maniobras de Donald Trump y Vladímir Putin, negociando un posible acuerdo de paz y el reparto de territorios sin involucrar a Volodímir Zelenski ni a los líderes europeos, han alterado profundamente el panorama político. El presidente estadounidense aseguró que conseguiría la paz en 24 horas, pero esta promesa se ha convertido en un arma de doble filo y, lejos de dar esperanza a los ucranianos, oscurece sus expectativas.
“Putin tiene un plan claro y es que Ucrania desaparezca. La idea de Trump sí que es parar la guerra porque él lo prometió, pero no tiene herramientas para ello”, opina Molotkova. “Veo que puede cambiar la situación de lo que tenemos ahora, pero no sé hacia dónde”, añade. La llegada de un acuerdo de paz parece lejana pero, mientras tanto, Molotkova, Sorochuck y Feka comparten una misma esperanza para el futuro, la de restaurar la paz, contribuir a su reconstrucción y poder volver a su país sin miedo.