El Mundo
Trumpazos certeros
La Guerra de Secesión americana, tanto o más que la abolición de la esclavitud, enfrentó al sur librecambista con el norte proteccionista. Los estados del norte exportaban manufacturas mientras los del sur materias primas como el algodón.Seguir leyendo….
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La Guerra de Secesión americana, tanto o más que la abolición de la esclavitud, enfrentó al sur librecambista con el norte proteccionista. Los estados del norte exportaban manufacturas mientras los del sur materias primas como el algodón.
No deja de ser una paradoja que sea hoy un tipo como Donald Trump, por lo que representa, quien se erija como el adalid del proteccionismo mientras enfrente tiene al Partido Demócrata que se supone rechaza la política arancelaria. Es como si la historia se hubiera girado como un calcetín. Y aquellos que hoy podríamos considerar como abanderados del Norte sean los contrarios a penalizar las importaciones y los herederos del sudismo fueran los campeones del proteccionismo.
Lo cierto es que el mundo, con la globalización, ha dado un vuelco. Tampoco nada sorprendente. Los sindicatos y los partidos de izquierda, en Catalunya, eran partidarios de limitar el derecho al trabajo para los foráneos. Eran los años treinta. En plena República. Y mantenían que no se podía dar un puesto de trabajo a alguien llegado de fuera si iba en detrimento de un local. Hoy nos parecería una posición xenófoba, discriminatoria e incluso racista. Pero así era. Y esa era la posición que mantenía un sindicalismo revolucionario.
Las medidas de Trump están poniendo en jaque la economía mundial y hundiendo, por lo menos coyunturalmente, las bolsas. Todas. Lo cierto es que eso a Trump -y a su compinche Elon Musk– parece traerle sin cuidado. Va a lo suyo, a dar satisfacción a una parroquia incondicional, la misma que asalta el Capitolio o que le importa un bledo cualquier atropello o abuso por condena firme que haya de por medio.
Trump levantó la bandera de las clases medias empobrecidas, se dirigió directamente a aquellos sectores que han pagado con el paro o su pérdida de estatus, la antaño floreciente industria del motor. O tantos otros sectores industriales víctimas de la feroz competencia que han impuesto la globalización.
No, Trump no está loco. Sabe a qué juega, y va con todo, ajeno a las críticas de medio mundo y consciente que da satisfacción a millones de estadounidenses desesperados, quemados o asqueados de su actual vida y su futuro. Ahí está el quid de la cuestión. Tan simple, tan complicado y tan devastador como eso.
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