Connect with us

Deportes

Réquiem por el doctor, por Juan Cruz

De pronto el estadio vacío fue el escenario del estupor. Los dos equipos, Barça y Osasuna, estaban listos para jugar el partido del sábado. Los futbolistas de uno y de otro equipo buscaban en la conversación previa, unos y otros, el precalentamiento que los llevara luego a pelear por una victoria que, de súbito, se convirtió en imposible. En realidad, la…

De pronto el estadio vacío fue el escenario del estupor. Los dos equipos, Barça y Osasuna, estaban listos para jugar el partido del sábado. Los futbolistas de uno y de otro equipo buscaban en la conversación previa, unos y otros, el precalentamiento que los llevara luego a pelear por una victoria que, de súbito, se convirtió en imposible. En realidad, la noticia era, para siempre, la muerte, esa derrota. 

El doctor Carles Miñarro era la esperanza cotidiana de la salud de los futbolistas del primer equipo del Barça, en el terreno y en el vestuario. Esa luz interior que maneja la medicina para explicar el presente y el futuro de los que se preparan para ganar es el argumento del médico. Un símbolo mayor en la cancha, el que adivina, desde que empieza a correr hacia el lesionado, de qué puede tratarse cualquier dolor, de dónde viene la lesión posible, incluso la sustitución o la derrota. 

Este es un deporte peligroso, incluso excesivamente peligroso, marcado por la velocidad y el exceso de argumentos que convierten la jugada en una lesión posible, en un dolor que sólo el médico puede aliviar casi mirando. Y de pronto, en el estadio que hervía de la expectación prevista se hizo el silencio. Entre estupor y desolación, el silencio que sustituyó al bullicio que acompaña a la espera fue la noticia que apagó cualquier argumento: no hay juego, hay dolor, y esta es la historia. Una lágrima múltiple e inesperada. La muerte como único resultado de la tarde triste de un sábado en el estadio.

El azar horrible de la muerte

El doctor estuvo analizando las posibilidades de juego de Lewandovski. Minuciosamente, dictaminando el futuro inmediato del delantero. Por encima del entrenador sólo está el médico, y éste sería abatido por el azar horrible de la muerte. El silencio fue desde entonces la única alternativa al uso del estadio, una piedra quieta diciendo adiós a un doctor y dejando para otra ocasión la riña del fútbol, ese entretenimiento de masas que se diluyó como lágrimas en la lluvia. 

Acostumbramos a verlos volver de la lesión, su maquinaria devuelta al botiquín para que el aficionado, el futbolista y el entrenador se sientan seguros de que el juego sigue en la cancha. Esta vez el dolor infinito es ahora el silencio, un estupor que fue la noticia triste que acompaña esta vez la noticia del fútbol, este lugar que a veces también es rabiosamente humano, como la respiración o la asfixia.

Continue Reading
Click to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *