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Rafael Dezcallar: «China no quiere dominar el mundo, quiere que nadie les domine»

El patadón que Donald Trump le ha dado al tablero geopolítico mundial ha concedido una especial relevancia al ensayo que acaba de publicar el diplomático Rafael Dezcallar (Palma de Mallorca, 70 años). Seis años de embajador en Pekín dan para mucho si se tienen la curiosidad y las ganas de entender este país que él atesora, y la perspectiva que le…

El patadón que Donald Trump le ha dado al tablero geopolítico mundial ha concedido una especial relevancia al ensayo que acaba de publicar el diplomático Rafael Dezcallar (Palma de Mallorca, 70 años). Seis años de embajador en Pekín dan para mucho si se tienen la curiosidad y las ganas de entender este país que él atesora, y la perspectiva que le aportan los 40 años que lleva recorriendo el mundo de legación en legación diplomática, de Alemania a Etiopía, de Rusia a Israel, de Cuba al Vaticano. Ahora, lo que vio, oyó y aprendió del gigante asiático de primera mano entre 2018 y 2024 lo ha explicado en ‘El ascenso de China’ (Deusto), un ensayo en el que invita a mirar a Oriente “con humildad y sin prejuicios”.

¿Recuerda su primer viaje a China?

Fue en 2005. Recuerdo la imagen de un país lanzado hacia adelante, en plena transformación, pero aún con severas deficiencias económicas y graves carencias de infraestructuras. Cuando volví en 2018, ya no reconocí Pekín. Había barrios y avenidas nuevas, todas las calles estaban limpísimas, encontrabas tecnología donde miraras… Y esto se explica porque han hecho muchas cosas muy bien. Cuando Mao murió en 1976, China generaba el 1,3% del PIB mundial; cuando entró en la Organización Mundial del Comercio en 2001 suponía el 5%; ahora alcanza el 17%. Entender cómo lo han hecho es fundamental para comprender el mundo de hoy, y en Occidente parece que no queremos verlo.

¿Cómo lo han hecho?

La figura clave es Deng Xiaoping, que fue quien levantó la tapa de la olla. Vio que los chinos que vivían en el exterior creaban comunidades ricas y prósperas y llegó a la conclusión de que el comunismo no podía ser una fábrica de miseria, que había que buscar la manera de compaginar el socialismo con la riqueza. Tenía un rasgo muy característico: el pragmatismo. Ya conoce su célebre su frase: no importa que el gato sea negro o blanco, lo que importa es que cace ratones.

¿Pragmatismo implicaba renunciar a dogmas básicos del socialismo? ¿A todo esto, China sigue siendo un país comunista?

Hace 50 años, ningún teórico político habría creído que un régimen pudiera compaginar el comunismo y el capitalismo, pero China lo ha logrado: es un país leninista en lo político, pero plenamente capitalista en lo económico. Y hay algo más importante: para ellos la economía no es un fin en sin mismo, sino una herramienta política. China no persigue que los chinos vivan mejor, sino garantizarse su independencia en el mundo. Y lo está logrando.

¿El bienestar de sus habitantes no preocupa al gobierno chino?

Sí, pero no es lo primordial. Para entender esto hay que tener en cuenta un elemento clave de China que en Occidente no comprendemos: el confucionismo. Este credo pone a la comunidad por encima de las personas. Para la cultura china, los derechos colectivos son más importantes que los individuales. Esto ha permitido al Partido Comunista tomar decisiones muy radicales en los últimos 30 años que explican el rápido crecimiento que han experimentado. Y está claro que muchas de esas decisiones fueron acertadas, a la vista de los resultados.

Rafael Dezcallar, diplomático.

Rafael Dezcallar, diplomático. / José Luis Roca

¿Occidente no entiende a China?

Los occidentales llevamos muchos siglos dominando el mundo y eso nos ha llevado a pensar que somos mejores que nadie y que nuestros valores son superiores. No solo eso: también creemos que el resto de países acabarán abriendo los ojos y al final adoptarán nuestra forma de entender el mundo. Respecto a China, creemos que cuando sus habitantes se hagan ricos también se harán occidentales, y eso no va a ocurrir. China se enriquecerá si sigue haciéndolo bien, pero lo hará dentro de sus parámetros y valores, que no son los nuestros.

¿Cuáles son esos valores?

Por ejemplo, para nosotros los derechos humanos son fundamentales, porque protegen a los débiles frente al abuso de los fuertes y constituyen la base de la dignidad de las personas, pero en China no lo ven así. No compartimos su sentido de la libertad. Para ellos el interés colectivo está por encima del individual. A los niños chinos no les enseñan a cambiar el mundo, les enseñan a ocupar su lugar en la sociedad para que esta siga funcionando. Tampoco creen, como creemos nosotros, que la democracia sea el mejor régimen político que existe. Para ellos, que el sistema funcione es más importante que poder elegir a los mandatarios. Y tienen sus argumentos.

China no persigue que los chinos vivan mejor, sino garantizarse su independencia en el mundo

¿Cuáles?

En 30 años, China ha sacado a 400 millones de pobres de la miseria y se ha convertido en la segunda mayor potencia del mundo. Cuando mira a Occidente, dice: ¿vosotros qué habéis logrado en este tiempo? La Gran Recesión, la polarización, el extremismo, el Brexit y ahora Trump ¿En serio sois mejores que nosotros? La mirada de condescendencia circula en ambos sentidos y los chinos también creen que sus valores son superiores a los nuestros. No se cansan de decir que Occidente está en declive y ellos en alza, y que están en el lado bueno de la historia.

¿Entonces vamos hacia un choque de civilizaciones?

Lo bueno de los chinos es que no quieren imponer sus valores al exterior. A diferencia de la URSS, China nunca intentó exportar su revolución. No quieren dominar el mundo, solo quieren que nadie les domine. Por eso nos conviene entenderles, para poder colaborar con ellos cuando sea posible, y estar preparados si llega el momento de hacerles frente.

China no exporta revolución, pero practica una diplomacia que en su libro describe como «vaticana».

China es un país cauto que detesta el riesgo. Quiere cambiar el orden mundial para adaptarlo a sus intereses, pero no lo hace como un elefante entrando en una cacharrería. Poco a poco ha conseguido ser el principal socio comercial de 120 países, que se dice pronto. Esto les da hoy una gran ventaja. Sobre todo, lo ha hecho muy bien con el Sur Global. A diferencia de Occidente, China no llega a esos países dando lecciones morales. Hace negocios, traba intereses comunes y no pregunta si respetan los derechos humanos o si sus mandatarios practican la corrupción.

Rafael Dezcallar, diplomático.

Rafael Dezcallar, diplomático. / José Luis Roca

¿Y eso está bien?

Desde luego, no es nuestra forma de actuar en el mundo. Cuando China hace negocios en África, no se preocupa por el agua potable, ni por la vivienda, ni por la sanidad de esos países, solo se preocupa por llevarse bien con sus mandatarios, aunque sean corruptos. Y eso no es lo correcto. Si China es una gran potencia mundial, hay que exigirle que se comporte como tal y que sea más responsable para solucionar los problemas globales.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo en Afganistán. Tras la salida de Estados Unidos, China es el país que más poder de influencia tiene sobre los talibanes, pero no dice nada sobre la situación que soportan las mujeres afganas. O el propio Oriente Medio. Debería decir algo sobre la situación de la región, o sobre los ataques de los Hutíes en el Mar Rojo, por donde, por cierto, pasan barcos cargados de mercancías chinas. Pero China se resisten a asumir esa responsabilidad.

¿Cómo cambia el tablero geopolítico para China en relación a Europa con la nueva presidencia de Trump?

China siempre soñó con distanciar a Europa de Estados Unidos para ocupar su lugar, y ahora Trump ha hecho realidad ese sueño. La cuestión es qué está dispuesta a ofrecernos para convencernos de ese acercamiento. China sigue manteniendo una barrera de acceso a su mercado que no ocurre al revés. Las empresas europeas deberían poder invertir en los puertos, las telecomunicaciones y los negocios chinos como aquí invierten las compañías chinas.

China siempre soñó con distanciar a Europa de Estados Unidos para ocupar su lugar, y ahora Trump ha hecho realidad ese sueño

Y eso no ocurre actualmente.

China juega con las cartas marcadas. Hace 15 años destrozaron la industria española de paneles solares porque inundaron el mercado con placas a mitad de precio que estaban subvencionadas por el gobierno. No podemos permitir que ahora vuelvan a hacer lo mismo con los coches eléctricos. Es bueno que los coches eléctricos chinos lleguen a Europa, pero nosotros también debemos poder fabricarlos en Europa en igualdad de condiciones.

¿Cómo queda Europa tras los últimos movimientos de Trump?

Los europeos llevamos 70 años beneficiándonos de delegar nuestra seguridad a EEUU. Esto nos resultaba cómodo y barato, pero nos ha hecho demasiado dependientes de un país que con Trump está abandonando los principios liberales y democráticos que compartíamos con ellos. Europa tiene que decidir si quiere ser Disneylandia o hacerse responsable de su destino.

¿Eso qué significa?

Tomar decisiones para avanzar en la integración política y de defensa para dejar de depender de Estados Unidos en lo militar y de Rusia en lo energético. Y debemos mantenernos firmes en los valores que siempre hemos defendido en relación a los derechos humanos, la democracia y la multilateralidad. Tenemos los recursos económicos, la tecnología, la población y el talento necesarios para lograrlo. Falta la voluntad política para ponerlo en marcha, pero el momento es ahora. El tablero mundial ha cambiado totalmente en los últimos meses.

¿China se atreverá a invadir Taiwán?

Los chinos siempre han dicho que la isla es un objetivo irrenunciable, y que les gustaría conseguirlo por medios pacíficos, aunque no renuncian a otros. No lo ocultan. Pero también son prudentes y miran mucho el equilibrio de fuerzas antes de dar un paso. Si ven una oportunidad para hacerse con Taiwán, intentarán aprovecharla, pero en el corto plazo no veo a China con esos planes.

¿Tenemos motivos para temer a China?

Debemos ser conscientes de que defiende valores y principios diferentes a los nuestros, pero también que tenemos intereses comunes y que hay que contar con ellos para cuestiones como el cambio climático o los equilibrios geopolíticos. Nos conviene mantener buenas relaciones con los chinos y conocerles bien para colaborar en lo que podamos y estar preparados para defendernos de ellos si hace falta. También debemos tener presente otra cuestión: por cultura, historia y forma de entender la vida, China no es una alternativa a Estados Unidos para Europa.

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