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Muere Boris Spassky, la leyenda que a la que Bobby Fischer le ganó la Guerra Fría

Boris Vasilievich Spassky (Leningrado, actual San Petersburgo, 1937) ya no pudo más. No había podido dormir, aunque en él aquello fuera normal durante aquellas semanas de verano en Islandia. Encerrado en la habitación de su hotel de Reikiavik, agarró el teléfono y anunció al juez que se rendía. Que después de 50 días de insoportable tormento, ya no haría falta que…

Boris Vasilievich Spassky (Leningrado, actual San Petersburgo, 1937) ya no pudo más. No había podido dormir, aunque en él aquello fuera normal durante aquellas semanas de verano en Islandia. Encerrado en la habitación de su hotel de Reikiavik, agarró el teléfono y anunció al juez que se rendía. Que después de 50 días de insoportable tormento, ya no haría falta que hiciera el movimiento 41. La final de 1972 había acabado para él. Bobby Fischer, capaz de convertir la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética en un juego de niños en el que él se erigía como indescifrable mesías, ya podía arrebatarle la corona mundial de ajedrez. Spassky, sí, perdió (12.5-8.5). Y aquella caída frente al salvaje Fischer a sus 35 años –el genio de Brooklyn tenía 29–, le llevó a replantearse si hasta entonces había vivido como deseaba.

Murió Spassky a los 88 años. Lo hizo purgando demasiados demonios y regresando a Moscú tras más de tres décadas viviendo en Francia, país al que emigró, casándose con una francesa e incluso nacionalizándose francés y representando al país en tres olimpiadas de ajedrez. 

Fischer y Spassky, en el duelo de 1972.

Fischer y Spassky, en el duelo de 1972. / EP

«Era un hombre de pensamiento liberal que nunca aceptó la mentalidad soviética. Hasta el punto de definirse como nacionalista ruso y monárquico», escribió sobre él en el libro Cómo la vida imita al ajedrez el excampeón mundial Garry Kasparov, quien lo diseccionó:«Su temperamento despreocupado no iba acorde con el ingente trabajo que exige una larga permanencia en la cumbre».

La huida de Leningrado

Fue en un campo de refugiados, y con apenas cinco años, cuando Spassky comenzó a buscar vías de escape en un tablero hasta convertirse en uno de aquellos niños prodigio que la maquinaria soviética no podía desaprovechar. De padre militar, ausente, había tenido que huir con su madre de Leningrado tras los bombardeos de la Luftwaffe nazi en la Segunda Guerra Mundial.

No tardó en convertirse en una referencia clave para aquella Unión Soviética que había convertido a sus ajedrecistas en tótems intelectuales sobre los que alzar el mentón ante el mundo. Especialmente, ante Estados Unidos. Entre 1948 y 1972 no hubo campeón mundial que no fuera soviético. Todas las finales, además, fueron disputadas entre jugadores de la URSS, destacando Mijail Botvinnik y, claro, el armenio Tigran Petrosian. 

El décimo campeón mundial de la historia

Y fue a Petrosian a quien Spassky arrebató el título, en su segundo intento, en 1969. Se convirtió así en el décimo campeón del mundo de la historia. No pudo conservar la corona más de tres años porque en su camino se cruzó Bobby Fischer, un ajedrecista cuya agresividad traspasaba los límites del tablero. Demasiado para Spassky, que en el Mundial de 1972 llegó incluso a jugar de espaldas al público y reclinado en el sillón. Como si aquello pudiera otorgarle paz.

Spassky y Fischer, durante su reencuentro en 1992 en la antigua Yugoslavia.

Spassky y Fischer, durante su reencuentro en 1992 en la antigua Yugoslavia. / Afp

Había ganado Spassky a Fischer siempre, hasta que la derrota en la Partida del Siglo de Reikiavik [el truculento reencuentro que perdió en 1992 en la ex-Yugoslavia sólo tuvo un interés económico] le condenó a un segundo plano. Fischer, que había dejado a todo el mundo tirado en la inauguración porque no estaba de acuerdo con la bolsa económica, que exigió al mejor artesano de Islandia el mejor tablero, que reclamaba que le cerraran la piscina para que nadie le viera en bañador, acabó por devorarlo.

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