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La real politik’ del fútbol, por Marc Menchén

La venta de los palcos VIP del futuro Spotify Camp Nou suma un nuevo episodio. Ahora hemos sabido que LaLiga dio por buena la operación porque el auditor del FC Barcelona así la interpretaba. Si entran 100 millones de ingreso y se cantan de golpe en las cuentas anuales, extra que te va en el cálculo del límite salarial. La sorpresa…

La venta de los palcos VIP del futuro Spotify Camp Nou suma un nuevo episodio. Ahora hemos sabido que LaLiga dio por buena la operación porque el auditor del FC Barcelona así la interpretaba. Si entran 100 millones de ingreso y se cantan de golpe en las cuentas anuales, extra que te va en el cálculo del límite salarial. La sorpresa ha llegado con la entrega de las cuentas semestrales que todos los clubes remiten a la competición antes del 31 de marzo. En la cuenta de ingresos ya no salen reflejados los 100 millones -se desconoce si nada o sólo una parte- y el auditor no es ni Gran Thornton, que cesó el 31 de diciembre tras una última auditoría donde advertía del riesgo contable de Barça Vision, ni el auditor puente que llegó para una certificación clave para que LaLiga no cuestionara los palcos VIP y luego desapareció. Crowe Howarth ha diferido de ese criterio.

Todo este baile de auditores y la propia operación de 100 millones no afectan técnicamente al caso Olmo, cuyo desenlace anda más relacionado con la interpretación que pueda hacerse de cómo y cuándo puede inscribirse a un futbolista. Pero resulta difícil no comprender que LaLiga elevara las garantías necesarias para dar el OK a esta operación visto lo que ha decidido el nuevo -y se presupone que definitivo- auditor del club presidido por Joan Laporta.

De momento, todo apunta a que el dirigente ha logrado salvar definitivamente el match-ball tras la resolución favorable del CSD. En eso hay que reconocerle que cada verano ha sabido caminar sobre el alambre para cumplir con sus ambiciones deportivas, aunque sea a costa de comprometer ingresos futuros, sellar operaciones corporativas a medias que podrían tener su efecto boomerang más adelante y -para mí casi tan importante- comprometer su credibilidad frente al resto del sistema.

El deporte es negocio y mucha política. La pinza de la NBA y Fiba a la Euroliga no deja de ser una muestra más. Las asambleas de clubes o juntas de propietarios no dejan de ser una especie de Parlamento, en el que las alianzas son tan importantes como el tamaño del club. Y ahí es donde el Barça puede sufrir también más a medio plazo.

En una industria donde negociar es una de las bases del éxito, no parece que la mejor estrategia sea la de transmitir una sensación de que constantemente se buscan estratagemas para sortear la regulación. Son esos clubes los que votan cambios en las normativas, pueden hacerte un favor en votaciones o estar más en sintonía para negociar un traspaso.

Deporte, sin adjetivos

El otro día se organizó en Barcelona la primera edición de PRO Deporte Inclusivo, un evento que sirvió para poner en valor algo que no debería entenderse como compartimentos estancos: el deporte es motor económico, y ahí está el creciente negocio de clubes y competiciones, pero es especialmente un dinamizador de la transformación social. Como me decía Gaby Masfurroll, “que el business sirva para que lo otro salga adelante”. De hecho, creo que no hay un mejor elemento para la identificación con una marca que hecho de convertir una organización deportiva en un eje el desarrollo de la comunidad en la que se encuentra.

Tiene mucho mérito que marcas como CaixaBank o Sanitas decidan que el ROI basado en el “cuántos impactos mediáticos me vas a dar” no siempre es la única bara de medir. Y, sobre todo, que haya un ejercicio por normalizar y sacar estas inversiones del área de RSC para trasladarlas a la del patrocinio. “Deporte sin adjetivos”, como decían allí, porque siguen siendo atletas de élite. Y si no, intenten ustedes retar a Sergio Garrote o Elena Congost a una carrera.

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