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La lección de supervivencia de Jere Mateo: de los Alpes a la natación adaptada

«Es muy difícil no querer ser un ejemplo cuando la gente te dice lo bueno que eres. Pero no soy un héroe. Solo intento hacer lo que puedo, como todo el mundo», remarca Jere Mateo (Granollers, 1982) a las puertas de otro 14 de abril. Siempre tan dolorosos desde el año 2015, hace justo una década. Ese día junto a su…

«Es muy difícil no querer ser un ejemplo cuando la gente te dice lo bueno que eres. Pero no soy un héroe. Solo intento hacer lo que puedo, como todo el mundo«, remarca Jere Mateo (Granollers, 1982) a las puertas de otro 14 de abril. Siempre tan dolorosos desde el año 2015, hace justo una década. Ese día junto a su amigo Salvi Martín sufrieron un terrible accidente escalando el Triángulo de Tacul, una cima de 4.248 metros en los Alpes. Salvi falleció.

 Habla mientras sorbe un café, como aquella mañana antes de coger el piolet: «Me miró y dijo algo así como: ‘Ves, tío, esto es lo que necesito para ser feliz. El aire puro, las montañas. Nada más‘». Después solo recuerda algunas pisadas en la nieve. Después ya nada.

Hasta que despertó del coma en un hospital de Francia, un mes después. «No es como en las películas. Yo solo hacía ruidos. Cuando desperté era como un niño de tres años. Conectaba, desconectaba. Hablaba y no se me entendía. Olvidaba cosas, mezclaba cosas. Mezclaba lo que había vivido estando en coma con la realidad«, afirma Mateo. La lista de huesos que se rompió es interminable. Recuerda no entender nada al ver la complicidad con la que hablaban su padre y su novia en el hospital: en el momento del accidente solo llevaba cuatro meses con Olga y aún no la había presentado en casa. Ignoraba que llevaban un mes enlazando apartamentos de Airbnb primero en Annecy y luego en Grenoble.

 Le contaban que había tenido un accidente, pero se le olvidaba, se lo volvían a contar, pero se le volvía a olvidar. «Iba viniendo gente a verme, pero el que no venía era Salvi. No lo entendía porque era uno de mis mejores amigos». Hasta que decidió preguntar. La respuesta sigue escociendo. «No me lo esperaba. No tenía ni puta idea. Fue una hostia brutal. No puedo ni explicarlo. Fue muy difícil. Aún dura la emoción. Es un vacío«, escupe.

El descenso al infierno

‘Está muerto porque estábamos escalando. ¿Qué pasó?’ Ahí empieza un descenso al infierno. Vas bajando hasta la mierda más absoluta», añade.«No recuerdo absolutamente nada», reconoce con rabia: ha intentado rebobinar mil veces la cinta, pero solo encuentra negro. Nada. Mil preguntas, cero respuestas. Mil hipótesis. No es posible saber qué pasó, pero ha asumido la culpa: «He aceptado que desencadené o probablemente desencadené el accidente. Y si no fui yo hay una cosa que la psicología dice que es muy común en los accidentes que es que el que sobrevive arrastra una culpa por haber sobrevivido«.

 «Yo no tenía ganas de vivir. No es que quisiera morir, pero no tenía ganas de vivir. Era pura apatía. Era un autómata. Una parte de mí pensaba que tenía que haber muerto yo. Es muy duro decirle a tu familia: ‘¿Y por qué no yo en lugar de él?’«, recuerda. Tiró adelante para no fallarles y no hacerles sufrir más. Recuerda que tuvo una crisis de consciencia: «De repente creía que todo era un sueño. ‘Es imposible que esto sea verdad'».

El Instituto Guttmann

 Estuvo un año en el Instituto Guttmann. Ahí descubrió la natación adaptada. Asegura que le salvó. En lo físico porque el agua aligera el dolor, siempre presente, y da capacidad física y por ende autonomía y más calidad de vida. Y en lo vital. «Me dio un propósito», destaca.

 La pandemia cerró las piscinas y le descubrió el mar. Dice que esa primera vez que nadó en el mar supo que era donde quería estar para siempre. Comenzó los Ocean Seven, un reto que consiste en siete desafíos extremos de aguas abiertas que han completado 34 personas a lo largo de la historia. Ya ha cruzado el estrecho de Gibraltar y el canal de la Manga y en agosto aguarda el canal del Norte: 33,7 kilómetros entre Escocia e Irlanda. Sería el segundo nadador español en conseguirlo. «Cuando estoy en el agua soy uno más. Cuando entro o salgo es cuando se notan las diferencias, pero cuando estoy dentro del agua la gente me ve como uno más», dice. Cuando completa un reto así la gente le pregunta por los ritmos, los tiempos, la temperatura, las corrientes: no por qué puede y qué no puede hacer.

Jere Mateo en el mar

Jere Mateo en el mar / Jere Mato

 «Tú te cruzas un día con una persona con discapacidad y te la miras, pero nosotros sufrimos esa mirada todo el día. Todos los días. Esto me cabreaba y me dije: ‘¿Qué es lo más bestia que puedo hacer? ¿Esto? Pues cuando tenga esto ya podré decir: ‘Dejadme en paz’. ‘¿Veis? La discapacidad no me limita. Dejad de ver a la gente con discapacidad como una cosa rara’. O como héroes»«, prosigue. Su reto es convertir tanto dolor, tanta oscuridad en luz: «No soy un iluminado que viene a cambiar el mundo, pero sí algunas pequeñas cosas. Intentar ayudar a mejorar la sociedad me hace sentir un poco más en paz con aquello que pasó».

 Su vida es cambiar la percepción de la gente sobre la discapacidad: combatir la condescendencia y el paternalismo y a la vez ayudar a las personas como él sin caer en el querer es poder. Y sobre todo perpetuar su «homenaje» a Salvi. Se ha acordado de él cada día. Dice que vive por dos. Recalca que no hay que superar los malos momentos de la vida porque superar es dejar atrás, olvidar, sino integrarlos. «¿Si yo soy el héroe de lo que pasó porque he sobrevivido a un accidente gravísimo y he rehecho mi vida como un ejemplo de superación y he pasado del pozo a hacer grandes gestas él qué es? Yo solo he tenido suerte», acentúa antes de despedirse.

 Se levanta y coge el bastón y camina con una sonrisa hacia la escuela. Le esperan Guiu y Jan. «El día 14 es duro. Pero luego llega el 15».

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