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La España de Casadó
Nada define mejor a la súbita segunda España más ganadora de la historia que el fenómeno Casadó. Es tal el granero de Luis de la Fuente que a un cadete que hace cuatro meses estaba en la planta -3 del fútbol español le ha bastado una titularidad para parecer un pretoriano. En la era de parvularios como Lamine, Casadó, con 21…
Nada define mejor a la súbita segunda España más ganadora de la historia que el fenómeno Casadó. Es tal el granero de Luis de la Fuente que a un cadete que hace cuatro meses estaba en la planta -3 del fútbol español le ha bastado una titularidad para parecer un pretoriano. En la era de parvularios como Lamine, Casadó, con 21 años y empastado en el filial azulgrana, estaba en el camión escoba. El chico lo tenía crudo. Con Xavi había tenido poco más de media hora de migajas. Con Flick, a la espera de los lesionados De Jong y Gavi y tras alguna recaída de Pedri, el nuevo valor en el campo base era Bernal. El grave percance de éste en Vallecas hizo volar a Casadó.
Al grito de ¡presente! cogió el puesto por la pechera. Una secuela de su ídolo Busquets, también procedente del barro en una situación de emergencia tras el fiasco del Barça de Guardiola en su estreno en Soria. El catalán no está forrado de músculo como un marine, pero tiene quite, por voluntad e intuición. Con la pelota domina los tiempos, un reloj con botas. A veces pausa, a veces un pase preciso al horizonte para romper filas, como a Lewandowski en Chamartín, donde lejos de tiritar dio otro estirón.
Casadó para todo. Le faltaba el radar de De la Fuente, técnico de luces largas: en dos años ha alistado a 62 futbolistas, 22 de ellos debutantes. Como le ocurriera en el Barça, al volante culé también le llegó el turno a rebufo de otros, por el infortunio de Rodri y las molestias de Zubimendi. De la nada oscura al primer escalafón en su club y en España. Y no de novillero, como si hace siglos se hubiera vacunado contra el azar.
En esta España triunfal son muchos los que no contaban para la demoscopia popular. Salvo los más adictos futboleros, pocos ponían cara a Raya, Robert Sánchez, Porro, Ayoze, Olmo, Cucurella, Grimaldo… Todos con un nexo. Pasaron de puntillas por el fútbol patrio y se ganaron el cocido en el extranjero, lejos del principal foco mediático. Para colmo, la España heredada por De la Fuente estaba enmohecida tras una espinosa transición desde el inolvidable ciclo 2008-2012. Pero en el caladero había estupendos jugadores, aquí y allá. Pese a tanto desdén, Rodri y Carvajal pujaron por el sofocante Balón de Oro, Lamine y Nico ilustran como nadie el luminoso presente juvenil, el Athletic, como antaño, también produce centrales (Vivian, Paredes), Merino y Fabián despuntan en las grandes cancillerías europeas (Arsenal y PSG), Pedri ya no solo gotea la chistera de Houdini y a Morata lo nacionalizarían en Italia.
A esta España capaz de ser la primera en la historia en ganar todos los partidos de una Eurocopa y meses después ser la de mayor puntuación en la Liga de las Naciones solo le falta un mayor convencimiento externo de que hay un equipazo. Por mucho que el Madrid, mascarón de proa del fútbol español, hoy tire más del vivero brasileño que del propio, por lo que no figura en los títulos de crédito de la selección. España tiene una selección A, B y hasta C. En el fútbol que daba por herejes a los extremos, si no están Nico y Lamine y faltan Oyarzabal y Ferran, junto a Pino ahí piden paso los Bryan. Y en la mesa redonda, sin Rodri y Zubimendi ahí está Casadó, el que más rápido ha volado desde las más profundas catacumbas. A España, la España de Casadó, le cuadra todo.