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El Mundo

Crónica desde Pekín: una moto y conducción salvaje para los ‘riders’

Bajo el tifón o la canícula, por avenidas o callejuelas, en el día o la noche, la tropa motorizada surca las ciudades chinas retorciendo las coordenadas espacio-tiempo, ahora aquí y en minutos en el otro extremo a pesar de los atascos. Son los repartidores a domicilio o ‘riders’, el sufriente gremio que aceita la economía china.Seguir leyendo….

Bajo el tifón o la canícula, por avenidas o callejuelas, en el día o la noche, la tropa motorizada surca las ciudades chinas retorciendo las coordenadas espacio-tiempo, ahora aquí y en minutos en el otro extremo a pesar de los atascos. Son los repartidores a domicilio o ‘riders’, el sufriente gremio que aceita la economía china.

 La industria alcanza ya los 200.000 millones de dólares, la mayor del mundo por beneficios y pedidos, y emplea a unos 12 millones de personas, el eslabón más débil de la cadena productiva. El grueso llega a las boyantes urbes de la costa oriental desde las provincias rurales. Años atrás eran empleados en la construcción. Ahora, pinchada la burbuja inmobiliaria, alimentan un sector que sólo les exige moto y conducción salvaje para darles el chaleco y casco que los identifican.

Fenómeno de 2009

Asia ha abrazado la compra online con más fervor que Occidente y en ningún país ha florecido tanto como en China. Son tan ubicuos los ‘riders’ y tan integrados están en la vida diaria que cuesta creer que alguna vez no existieran. El fenómeno se popularizó con el nacimiento en 2009 de la plataforma Eleme, después adquirida por el gigante Alibaba, y se hizo imprescindible durante la pandemia del coronavirus porque sólo los mensajeros podían atender a los millones de chinos atrapados en los frecuentes confinamientos.

Y después, el frenesí. En los tres años siguiente, la industria casi triplicó su volumen de negocios. Las compañías ofrecían al principio retribuciones generosas para atraer mano de obra a una industria balbuceante y atomizada. El cuadro se ha ido degradando sin remedio a medida de que dos compañías se consolidaban como las grandes dominadoras. Eleme y Meituan imponen unas condiciones del Manchester del XIX en un país que ha disfrutado de importantes conquistas laborales en las últimas décadas. No es raro verlos engulliendo fideos instantáneos sobre la acera o robando una siesta de dos minutos sobre su moto mientras esperan el pedido del restaurante.

 El modelo chirría ahora por la falta de sintonía entre las expectativas y los medios. Rivalizan las compañías en eficacia, exige el cliente rapidez y el elemento humano no alcanza. La brega en ese mercado hipercompetitivo, con 1.400 millones de usuarios buscando descuentos de un yuan, explica que las compañías chinas triunfen cuando saltan al mundo. Las entregas más baratas y veloces que demanda la clientela imponen a los repartidores la dictadura de los algoritmos que maximizan la eficacia y minimizan los costes desatendiendo cuestiones procelosas como los límites de velocidad o los semáforos.

 Por la mayoría de servicios cobran un puñado de yuanes (menos de un euro) y necesitan decenas al día para alcanzar unos ingresos mínimos. Muchos chinos piden ágapes más baratos durante la ralentización económica y las comisiones de los ‘riders’ se resienten. Así que ni las jornadas más largas han evitado la sangría. El pasado año ganaron de media 6.803 yuanes (870 euros), casi un millar de yuanes (126 euros) menos que cinco años atrás. Esa diferencia es una bomba para economías precarias.

 De vez en cuando algún incidente se viraliza en las redes sociales y alumbra su drama. Un repartidor desesperado estampó contra el suelo su teléfono móvil tras recibir una reseña negativa de un usuario por retrasarse un minuto. Otro suplicaba arrodillado al policía que le multaba por ignorar un semáforo. El más mediático ocurrió en Hangzhou. Decenas de iracundos repartidores acudieron a un complejo de apartamentos para exigir a un guardia de seguridad que se disculpara frente al compañero al que acababa de humillar. Las riñas entre repartidores y guardias no son escasas ni leves.

La película

 Una de las películas más vistas el pasado año en China fue ‘Ni xing ren sheng’ (‘Upstream’, en inglés). El programador acomodado de una tecnológica es despedido por la crisis y, acuciado por las facturas hospitalarias de su padre, ve en la moto su improbable salvavidas. La película describe con crudeza la aridez diaria del gremio. Las tiránicas exigencias de las compañías, la competencia darwinista, los accidentes de tráfico, los rudos usuarios…

 La película, un refrescante y raro ejemplo de cine social chino, suavizó la sensibilidad hacia un gremio desdeñado. Son tiempos de contrición en la industria. Estos días anuncian las mayores plataformas un brío inédito para acabar con la alegalidad sistemática y ciertas protecciones laborales, seguros de accidentes y el pago de facturas médicas. Meituan planteó meses atrás un descanso obligatorio a los mensajeros que superen las horas fijadas. No hay medida más contracultural en un gremio que exigía trabajar hasta al agotamiento o el accidente, lo que ocurriera primero.

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