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Convertir los goles en canastas, por Enrique Ballester
El miércoles por la noche estuve viendo el Multichampions. Todos los equipos jugaban a la misma hora en la última jornada de la nueva fase de grupos de la Liga de Campeones. La maniobra prometía diversión, pero acabé la noche empachado de goles. Si veía un gol más, vomitaba. Llegó un punto en el que celebraba más los escasos fallos de…

El miércoles por la noche estuve viendo el Multichampions. Todos los equipos jugaban a la misma hora en la última jornada de la nueva fase de grupos de la Liga de Campeones. La maniobra prometía diversión, pero acabé la noche empachado de goles. Si veía un gol más, vomitaba. Llegó un punto en el que celebraba más los escasos fallos de los delanteros que sus aciertos. Me ocurrió lo que ocurre en la abundancia: el premio había perdido su valor. El gol no significaba nada.
He sumado y me salen 64 goles en un par de horas. No creo que haya nada más antifutbolístico que eso, aunque hace tiempo que el fútbol se encamina hacia esa trampa. A convertir el juego corrido y la brocha gorda de antaño en compartimentos estancos y una oda al milímetro. A convertir la simpleza en sofisticación y lo popular en privado. A convertirse en otro deporte, al cabo: el miércoles convertimos los goles en canastas.

MADRID, 22/01/2025.- El delantero brasileño del Real Madrid Rodrygo Goes (c) celebra su segundo gol durante el partido de la Liga de Campeones que Real Madrid y FC Salzburgo disputan este miércoles en el estadio Santiago Bernabéu. EFE/Juanjo Martín / JUANJO MARTIN. EFE
Con 18 partidos simultáneos en la televisión, ver un solo partido de principio a fin fue más que nunca una rareza. Estamos fabricando en masa aficionados al fútbol que no ven fútbol. Solo ven jugadas. Si ya cuesta mantener la atención de manera habitual, el miércoles nos rendimos y servimos una brillante sucesión de highlights con dudoso sentido. Fue extraño y a la vez sintomático: el locutor y el comentarista eran excelentes y los futbolistas de primer nivel, y el producto me dejó vacío.
Si habitualmente nada importa más que la meta, el miércoles no había ningún proceso, solo resultado. Anduve más ocupado en hacer cuentas y calcular posibles desempates en la clasificación, y en los cruces, que en el propio juego. El fútbol no debería ser tan complicado: todos sabíamos el reglamento en el patio del colegio sin necesidad de sacarse un doctorado.
Enseñar a sufrir
Esos 64 goles que vimos en dos horas contrastan con la naturaleza del deporte del que estamos hablando. Se ha cambiado el ser por el estar. Pasé temporadas enteras viendo a mi equipo porque era mi equipo, acompañándolo, y celebrando menos de 64 goles en más de un año. Precisamente por eso marcar un gol era tan importante, se deseaba como se deseaba y se celebraba como se celebraba. Era una cualidad del fútbol: nos enseñaba a sufrir, a ser pacientes, a aburrirnos y a valorar las cosas. Cómo vas a valorar un gol ahora si te lo regalan, uno tras otro y uno más entre tantos. Se confunde el espectáculo con algo similar a la horterada.
Quizá ver 64 goles en dos horas es lo mejor, y el único problema sea que me hago viejo, pero no creo, aunque tampoco lo descarto. Cuando escribo del ‘problema’ del fútbol y termino dudando de mí mismo solo puedo parafrasear a George Carlin, para al menos cerrar en lo alto.
Ahí va, el problema del fútbol: si el autobús del Albacete Balompié sale de Albacete el domingo a las 10.00 horas, rumbo a Madrid y a una velocidad de 90 km/h, y el Real Burgos sale en tren desde Burgos, también rumbo a Madrid, pero a las 11.15 y a 120 km/h, ¿quién llega antes? El problema del fútbol.