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Al final nunca pasa nada, hasta que pasa, por Enrique Ballester
El jueves vomité en el parking del trabajo y me enviaron a casa. Si lo llego a saber vomito antes, vomito todos los días, vomito mañana, vomito en diferentes franjas horarias, vomito en escorzo praxiteliano y vomito con público premium si hace falta.Seguir leyendo….
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El jueves vomité en el parking del trabajo y me enviaron a casa. Si lo llego a saber vomito antes, vomito todos los días, vomito mañana, vomito en diferentes franjas horarias, vomito en escorzo praxiteliano y vomito con público premium si hace falta.
A veces relacionamos una recompensa con una falsa causa. En el fútbol ocurre con frecuencia. Puedes hacer las cosas mal y obtener buenos resultados. Puede suceder varias veces, incluso, y entonces piensas que el buen resultado es producto de unos actos determinados, cuando en realidad ese buen resultado ha llegado a pesar de esos determinados actos.
La victoria facilita el autoengaño
Por eso, lo difícil es cambiar cuando te va bien, cuando estás ganando. La victoria da y quita razones, camufla desvaríos y facilita el autoengaño. Por qué iba a cambiar alguien que gana, que lo tiene todo, incluido el aplauso.
A veces se necesita una catarsis: que tus padres te echen de casa, que te deje tu pareja, que tu equipo baje por impagos o que no pueda inscribir a Dani Olmo. A veces se necesita un ‘amiga, date cuenta’. A veces se necesita ese algo.
Para cualquier dirigencia es posible triunfar y convencer sin mirar más allá del corto plazo. No es lo correcto, pero es todo un clásico
No es sencillo. En especial, en el imaginario colectivo de los grandes clubs suele gobernar una sensación instalada: al final nunca pasa nada. La vida del hincha es demasiado corta para prestar atención a las cuentas, a las reglas financieras o a la letra pequeña de las auditorías. Demasiado texto, mucho lío, menudo coñazo. Nadie se acerca al fútbol buscando ese tipo de problema. El fútbol nos interesa porque invita a la negación de la realidad y al abrazo de la ilusión renovada. En el fútbol, por lo general, los aficionados somos niños ingenuos y malcriados.
De esta manera, para cualquier dirigencia es posible triunfar y convencer sin mirar más allá del corto plazo. No es lo correcto, pero es todo un clásico. Evitar la resolución real de los problemas, año tras año, y simplemente despejarlos. Avanzar con patadas hacia adelante, trampeando, porque nos hemos educado en la certeza de que al final nunca pasa nada. Hasta que un día resulta que nunca pasa nada, hasta que pasa.
Quizá haya llegado ese día ahora para el Barcelona, o quizá encuentre una salida al embrollo en las próximas horas. Quién sabe, es fútbol y es el Barça: quizá haga las cosas mal y otra vez obtenga resultados.
No es fácil
De hecho, ese pensamiento de ‘al final nos salvamos’ tiene cierta lógica. Alguna noche me da por pensar en todas las cosas que hice mal, o que podría haber hecho mejor, y parece mentira que más o menos nos hayamos arreglado. Puede servir de consuelo, o de aviso.
Hay que esforzarse mucho para alcanzar el desastre, no es fácil. Se lo digo a mi hija: hay que esforzarse mucho para repetir de curso en el instituto, que sois casi 30 en clase y solo repiten uno o dos por año, hay que tener auténticas ganas. Hay que esforzarse mucho para bajar de categoría, también, que solo bajan tres, hay que esforzarse mucho y durante mucho tiempo para no encontrar a tres equipos peores, con la de equipos que hay liándola.
Hay que negar la realidad durante mucho tiempo, en el fútbol, con una determinación férrea, para liderar la clasificación de las catástrofes.